Es inquietante. Los paisajes más hermosos que el ser humano es capaz de fotografiar, desde los ángulos más inverosímiles, perspectivas solo posibles con la extensión óptica que proporciona la máquina de fotos: el mar batiendo los acantilados, la bruma de un amanecer de invierno a la orilla de un lago, la pálida extensión de un campo de trigo.

Imágenes de una belleza exasperante, una cicatriz que duele, porque contienen la posibilidad que no se cumplió, el deseo interrumpido antes de expresarse, una mera cuestión de tacto —su recuerdo hecho realidad alguna vez—, sentidos que se pierden en un vacío inánime.
Me inquieta que en medio de tanta belleza nunca aparezca un hombre, una mujer, como si la ausencia fuera la condición causal de esa misma belleza. Y sin embargo la mujer, el hombre, siempre está ahí, detrás del objetivo. Al otro lado del espejo. Su único testigo posible.
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Buenas reflexiones…el que capta esa bella imagen ama la naturaleza y la trasmite a través de su sensibilidad. En esta ocasión, palabras e imagen lo consiguen. Un abrazo
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Saludos, Cristina.
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