El poeta estadounidense Gregory Corso incluyó en su libro Gasolina un poema titulado La primavera de Botticelli, dedicado al cuadro que reproduzco en esta entrada. Esta primavera de 2022 he dejado el libro en la mesa donde escribo y de vez en cuando abro el ejemplar y lo releo. Invariablemente me provoca una chispa de alegría.
Por estos 21 versos circulan grandes nombres del Renacimiento italiano como Lorenzo de Medici, Ludovico Ariosto, Miguel Angel, Dante, Leonardo, Rafael o Pietro Aretino, todos ellos aún aletargados por el viento del invierno (Céfiro, la primera figura que se ve a la derecha del cuadro, donde aparece atraído por la ninfa Cloris).
Me gusta imaginar —es mucho imaginar, claro— que existe una equivalencia entre los personajes del cuadro y los que aparecen en el poema: las seis mujeres que ocupan el centro de la escena serían los seis artistas citados (tres pintores: Leonardo, Miguel Angel, Rafael y tres escritores; Ariosto, Dante y el Aretino).
Lorenzo de Medici, el mecenas que protegió a los tres pintores y que leyó a los tres autores citados, sería Mercurio, representado a la izquierda del cuadro. En la mitología romana Mercurio era el dios del comercio, la elocuencia, los mensajes, la comunicación, los viajeros, las fronteras, la suerte, las artimañas y los ladrones.
Botticelli, según mi imaginación del poema de Corso, sería el propio Céfiro, el viento del invierno que sedujo a Cloris, madre de la Primavera. Botticelli es el padre del cuadro que protagoniza el poema de Corso.
Y Cúpido, el dios que les inspira a todos ellos.
Casualidades, más bien.
El poeta estadounidense —su madre era italiana y su padre hijo de emigrantes italianos—, otorga a este cuadro toda la capacidad regeneradora de la misma primavera, impregnando sutilmente de un poder inmenso una obra de arte. Y a la vez sitúa a Botticelli como el artista más destacado del Renacimiento italiano.
La sensación al leerlo es de alegría, utópica tal vez, pero no deja de ser alegría.
Nota: El ejemplar que releo para achisparme lo publicó Huacanamo en 2010, una edición bilingüe con traducción al español del poeta Roger Wolfe.
